
El 18 de septiembre de 1947, en los albores de la Guerra Fría, Estados Unidos dio un paso trascendental al transformar el antiguo Departamento de Guerra en el actual Departamento de Defensa. La medida, impulsada por el presidente Harry S. Truman mediante la Ley de Seguridad Nacional de 1947, buscaba dejar atrás la imagen agresiva del “War Department” y proyectar una postura de organización más integral, enfocada en la defensa nacional y la coordinación estratégica frente a nuevas amenazas globales. La ley no solo cambió el nombre, sino que modernizó toda la estructura militar: creó la Fuerza Aérea como rama independiente, estableció el Consejo de Seguridad Nacional, dio origen a la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y consolidó el Estado Mayor Conjunto. Era, en esencia, la institucionalización del aparato de seguridad nacional que guiaría a Estados Unidos durante la Guerra Fría.
Más de siete décadas después, el presidente Donald J. Trump ha decidido revertir esa narrativa simbólica al ordenar que el Departamento de Defensa retome su antigua denominación de Departamento de Guerra. El anuncio marca un giro retórico e ideológico, subrayando —según sus propias palabras— que “Estados Unidos no debe esconder la realidad: tenemos enemigos y debemos llamarle guerra a lo que es guerra”. El cambio responde a la visión de su administración de proyectar poder militar de forma más explícita y de reforzar la identidad bélica del país en un escenario internacional marcado por tensiones con potencias rivales, conflictos híbridos y nuevas formas de confrontación global.
El contraste es significativo. En 1947, tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, el énfasis estaba en coordinar y centralizar; el término “defensa” transmitía la idea de un país protector y disuasivo, más que agresor. En 2025, la restauración del nombre de Departamento de Guerra simboliza un regreso a una visión de presumir poderío militar, en la que la diplomacia y la defensa estratégica quedan subordinadas al lenguaje de la fuerza.
Historiadores y analistas ya han comenzado a debatir las implicaciones de este gesto. Algunos lo ven como un simple cambio de marca, un golpe de efecto político con escaso impacto operativo. Otros sostienen que refleja un cambio doctrinal profundo, que puede alterar la manera en que Estados Unidos se relaciona con sus aliados, percibe a sus adversarios y define sus prioridades presupuestarias.
En definitiva, lo que comenzó en 1947 como una apuesta por la coordinación y la defensa colectiva, se convierte ahora, bajo Trump, en un retorno al lenguaje crudo de la guerra. El tiempo dirá si este giro semántico tendrá consecuencias positivas o negativas, o si quedará como algo efímero, un episodio más en la larga historia de la seguridad nacional estadounidense.
*Para la elaboración de este artículo se utilizó parcialmente inteligencia artificial, para propósitos de investigación.